sábado, 19 de febrero de 2011

La respuesta de la tierra

Era un poeta lírico, grandioso y sibilino
que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
frente a una posada y al volver de un camino:
—¡Oh madre, oh tierra! —díjole—, en tu girar eterno
nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
sufrimos o gozamos en nuestras breves horas,
e indiferente y muda tú, madre sin entrañas,
de acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿no son como conciencias fantásticas y extrañas
que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? —Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
en estas soledades aguardo la respuesta.

La tierra, como siempre, displicente y callada,
al gran poeta lírico no le contestó nada.




José Asunción Silva

martes, 15 de febrero de 2011

jueves, 10 de febrero de 2011

PARAISO

Lámina tendida de oro,
y en el dorado aplanamiento,
dos cuerpos como ovillos de oro;

Un cuerpo glorioso que oye
y un cuerpo glorioso que habla
en el prado en que no habla nada.

Un aliento que va al aliento
y una cara que tiembla de él,
en un prado en que nada tiembla.

Acordarse del triste tiempo
en que los dos tenían Tiempo
y de él vivían afligidos,

a la hora de clavo de oro
en que el Tiempo quedó al umbral
como los perros vagabundos...






Gabriela Mistral

pequeño cuadro

un pedazo de crepúsculo roto
navega en el mar,
y el mar, bajo sus remos invisibles,
lanza gritos de avaro
al recibir el oro
del sol







Alberto Hidalgo