domingo, 10 de julio de 2011

Los pasos perdidos

Era la primera vez, en once meses, que me veía solo, fuera del sueño, sin una tarea que cumplir de inmediato, sin tener que correr hacia la calle con el temor de llegar tarde a algún lugar. Estaba lejos del aturdimiento y la confusión de los estudios en un silencio que no era roto por músicas mecánicas ni voces agigantadas. Nada me apuraba y, por lo mismo, me sentía el objeto de una vaga amenaza.
En este cuarto desertado por la persona de perfumes todavía presentes, me hallaba como
desconcertado por la posibilidad de dialogar conmigo mismo.

Me sorprendía hablándome a media voz. Nuevamente acostado, mirando al cielo raso, me representaba los últimos años transcurridos, y los veía correr de otoños a pascuas, de cierzos a asfaltos blandos, sin tener el tiempo de vivirlos —sabiendo, de pronto, por los ofrecimientos de un restaurante nocturno, del regreso de los patos salvajes, el fin de la veda de ostras, o la reaparición de las castañas—. A veces, también, debíase mi información sobre el paso de las estaciones a las campanas de papel rojo que se abrían en las vitrinas de las tiendas, o a la llegada de camiones cargados de pinos cuyo perfume dejaba la calle como transfigurada durante unos segundos.

Había grandes lagunas de semanas y semanas en la crónica de mi propio existir; temporadas que no me dejaban un recuerdo válido, la huella de una sensación excepcional, una emoción duradera; días en que todo gesto me producía la obsesionante impresión de haberlo hecho antes en circunstancias idénticas —de haberme sentado en el mismo rincón, de haber contado la misma historia, mirando al velero preso en el cristal de un pisapapel. Cuando se festejaba mi cumpleaños en medio de las mismas caras, en los mismos lugares, con la misma canción repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de que esto sólo difería del cumpleaños anterior en la aparición de una vela más sobre un pastel cuyo sabor era idéntico al de la vez pasada. Subiendo y bajando la cuesta de los días, con la misma piedra en el hombro, me sostenía por obra de un impulso adquirido a fuerza de paroxismos —impulso que cedería tarde o temprano, en una fecha que acaso figuraba en el calendario del año en curso—. Pero evadirse de esto, en el mundo que me hubiera tocado en suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos tiempos, ciertas gestas de heroísmo o de santidad. Habíamos caído en la era del Hombre- Avispa, del Hombre-Ninguno, en que las almas no se vendían al Diablo, sino al Contable o al Cómitre.




martes, 5 de julio de 2011

Álvaro Carmona/ Recomendaciones literarias / 15-04-2011
Sergio: ¿Algún libro que no trate sobre gusiluces que se creen vampiros? Gracias.

Querido Sergio:
Asumo por tu pregunta que no te interesan los libros sobre vampiros adolescentes y terriblemente atractivos que inundan las librerías hoy en día. Tranquilo, hay alternativas. Mi consejo: recurre a los clásicos. Si un libro está entre los más vendidos de la historia no puede ser malo. Te adjunto una lista con las opciones más seguras y un pequeño resumen.

La Biblia: Va de un hombre con melena que combate el mal con sus doce amigos.

El Quijote: Igual que el anterior pero con once amigos menos.

Romeo y Julieta: Dos amantes comparten un amor solo superado por su afán en demostrar que tienen un vocabulario muy rico.

El Señor De Los Anillos: Aquí el de melenas hace de mago. Cuidado, el título es engañoso, usa el plural pero luego solo sale un anillo.

El Corán: Es una xxxxxx xxxx con xxxx xxxx de xxxxxxx y que xxxxx xxxxxx muchos xxxxxxx*.

El Código Da Vinci: Trata sobre la visita de Tom Hanks al Louvre para conocer a Meg Ryan, o algo así.

La Divina Comedia: El infierno está abajo, el cielo arriba y el purgatorio en medio. Pues esto mismo explicado en 340 páginas.

A parte, te hago un par de recomendaciones a nivel personal:
Una Breve Historia De Casi Todo, de Bill Bryson. El mejor libro divulgativo que he leído.
La Crucifixión Rosada, de Henry Mi
ller. Una magnífica trilogía

Me anima ir a aeropuertos vestido de piloto, y cuando veo a una pareja con maletas dispuestos a embarcar les pregunto: “¿A qué vuelo vais?” Y cuando me lo dicen pongo cara de preocupación y digo: “Ufff, vaya…”

Me anima dejar en medio de una calle un papel en el que pone: “he tirado un boomerang pero me he tenido que ir antes de que volviera. Quédate y cógelo, no vaya a ser que le haga daño a alguien”. Esto me gusta especialmente porque luego me quedo a observar como quien lee el papel está superalerta en todas las direcciones durante 10 minutos.

Me anima ir a tiendas de cosas caras y salir sin comprar nada, pero intentando parecer lo más sospechoso posible.

Me anima la psicología invertida. Pero a tu amigo fijo que no, ni intentes animarlo con eso porque no le molará. Es que seguro que ni lo intentas, seguro.

Me anima poner cada día una nota de “te quiero” en la basura, para desconcertar al basurero, porque no sabe si soy su admirador secreto, o alguien que nunca se atreve a serlo con otro.

Me anima entrar en floristerías que tienen dependientas guapas y pedirles que me hagan el ramo más grande que tengan. Cuando me lo hacen y me dicen el precio les digo: “No pienso pagarlo, porque son para ti”


Álvao Carmona.